lunes, 3 de octubre de 2016

De ida y vuelta: un día en Toluca



Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez

·       *   La capital del Estado de México.
·       *   Donde manejar no es un deleite.
·       *    Donde la Autopista La Marquesa- Toluca significa más dinero para algunos y menos atención a las otras carreteras.

En un viaje de ida y vuelta nos encaminamos por la autopista Chamapa-Lechería, cara, con algunos baches y a veces más parecida a una autopista de carreras, a nuestro destino: la capital del Estado de México y sus alrededores. Después de pagar 171 pesos de casetas llegamos a La Marquesa y descubrimos que la nueva autopista La Marquesa-Toluca ya está en funcionamiento. El tramo de doce kilómetros tiene un costo de cincuenta pesos.  Visitar la capital del estado no es barato.  Y ahora la antigua carretera ya es denominada “libre”, aunque se cobra por ella al entrar. Lo cierto es que ésta tiene baches, malas señalizaciones y sin  definir carriles… todo gracias a la nueva carretera. El gobierno la está descuidando y dejando en peligro a los automovilistas que por ella transitamos.
            Ya en la capital visitamos el Cosmovitral, el cual se construyó en el antiguo Mercado 16 de septiembre, con una superficie de tres mil metros cuadrados, 75 toneladas de estructuras metálicas para su edificación, así como 45 toneladas de vidrio soplado y 500 coloridos cristales traídos de Italia,  Estados Unidos, Canadá, Japón, Bélgica y Francia.  Su creación estuvo a cargo del Ingeniero Manuel Arratia, quien plasmé un estilo art nouveau en el diseño del lugar. Aunque lo correspondiente a la parte artística del jardín botánico estuvo a cargo del artista Leopoldo Flores.
            El lugar se encuentra sobre la calle Lerdo de Tejada y el vitral principal  de colores cálidos (rojo, naranja y amarillo), muestra al hombre, buscando la luz y la sabiduría. Las diversas  flores, arbustos y árboles ofrecen al lugar un aire de tranquilidad y respiro. Los sonidos de los pequeños lagos artificiales y la fuente, acompañados de la música ambiental,  contribuyen a que el visitante observe con detenimiento la flora.
             Al fondo del lugar se aprecia un  vitral  más donde un hombre y una mujer parecen unirse, resguardados por los búhos, quienes a su vez protegen las 400 especies de plantas que allí se encuentran.  Seguimos  nuestro camino y probamos una torta en la famosa “Vaquita  Negra” nada fuera del otro mundo.  De ahí a la iglesia del Carmen y a la Plaza España, nombrada así en 1910 y que en algún momento de su historia funcionó como paredón, donde una fuente con Don Quijote y Sancho Panza da la  bienvenida a los visitantes. Ésta  fue obra del escultor Lorenzo Rafael y la pieza fue donada por el propio escultor.  Caminando un poco llegamos a la Catedral de San José de Nazaret (edificada sobre el convento Franciscano de la Asunción), imponente piedra gris que se abre paso en el constante ir y venir de los toluquenses. Los vitrales al interior son preciosos y la nave principal dividida con arcos es iluminada por la luz que se cuela por los vitrales.
            Posteriormente  nos dirigimos al pueblo de Metepec. Para fortuna nuestra, la calle de Pino Suárez, que cruza con Las Torres, ya está abierta (meses atrás el caos en esa zona era terrible y todo por la construcción de un puente).  En el espacio público se encuentran múltiples talleres de orfebrería  y  variadas artesanías: ollas, cazuelas, platos, adornos, macetas y el nunca faltante árbol de la vida, símbolo del pueblo.  Subir los escalones que llevan a la Iglesia del Calvario y observar el pueblo con sus casas de colores, las calles siempre transitadas y las mujeres que se apresuran para ir a misa, nos dan un respiro de aroma a tradición.  La iglesia fue construida sobre los adoratorios indígenas que se encontraban en  el cerro de los Magueyes.
            Al caminar por las calles empedradas, descubrimos atractivas puertas, ventanas intrigantes y techos de teja roja. En el quiosco se puede apreciar la fuente de La Tlanchana,  figura mitad humana mitad  serpiente, quien  resguarda las lagunas que antes poseía la zona. Al observarla nos vienen a la memoria las historias contadas por los abuelos, quienes aseguraban que alguien cuidaba las aguas y si los hombres no eran precavidos  podían caer en sus manos.  En este lugar también se  encuentra el puente de los enamorados, donde cientos de candados sellan el amor de las parejas (al menos hasta que el divorcio exprés les haga saber del fin del amor). Disfrutar aquí de un buen plato de consomé, acompañados de tacos de barbacoa y pancita, y para finalizar un café bien caliente y un exquisito panqué de nata, es una buena opción para la comida.
            De aquí nos encaminamos al Zoológico de Zacango, a media hora si hay tráfico, y antes de ingresar el visitante debe darse un momento para apreciar al fondo el Nevado de Toluca y sus blancas nieves.  El Zoológico fue construido en 1981 en lo que era la ex Hacienda de Zacango, donde se encontraba un convento Franciscano que posteriormente albergó a los Marqueses de Calimaya. 

            El zoológico, que podría ser mejor administrado y organizado, cuenta con una variedad de animales, algunos de ellos disfrutan esconderse de los visitantes,  y áreas de esparcimiento. El aviario es un espacio muy acogedor  y en él las personas estarán cerca de la fauna. Los leones, osos y chimpancés siempre atraen  a los  niños, sobre todo si el imponente oso negro está en su hamaca pasando el rato.  Sin embargo, el descuidado serpentario podría provocar una que otra desilusión: abandonado, sucio… olvidado.  El áre

a dedicada a Cri-Cri será el lugar preferido de los pequeños, a quienes les gusta trepar, correr y balancearse.
            El lugar cuenta con un espacio  en el cual el comensal deberá experimentar en dónde el costo y la sazón van a la par. También se podrá disfrutar de un colorido algodón de azúcar, así como  paletas de hielo para el insistente calor.
            Al atardecer, el regreso a la zona metropolitana está seguido por el oscuro cielo, la lluvia y el tráfico: nada fuera de lo normal en esta parte del Estado de México. Pero aún, la carretera nos ofrece un vario vitral de paisajes: árboles, el verdor de los  campos, colinas rosas y púrpuras completamente tapizadas de flores y la presa Madín con poca agua. Aunque para ser sinceros,  contemplar el lugar que fue mutilado por el gobierno para construir una carretera, a nuestro parecer innecesaria,  y pensar en los miles de árboles que se talaron sólo para abrir paso a una modernidad que para el gobierno del Estado de México y para sus empresas consentidas se ha convertido en un negocio, es por demás deprimente.

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