Por María Celeste
Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez
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La capital del Estado de México.
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Donde manejar no es un deleite.
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Donde la Autopista La Marquesa- Toluca
significa más dinero para algunos y menos atención a las otras carreteras.
En
un viaje de ida y vuelta nos encaminamos por la autopista Chamapa-Lechería,
cara, con algunos baches y a veces más parecida a una autopista de carreras, a
nuestro destino: la capital del Estado de México y sus alrededores. Después de
pagar 171 pesos de casetas llegamos a La Marquesa y descubrimos que la nueva
autopista La Marquesa-Toluca ya está en funcionamiento. El tramo de doce kilómetros
tiene un costo de cincuenta pesos. Visitar la capital del estado no es barato. Y ahora la antigua carretera ya es denominada
“libre”, aunque se cobra por ella al entrar. Lo cierto es que ésta tiene
baches, malas señalizaciones y sin
definir carriles… todo gracias a la nueva carretera. El gobierno la está
descuidando y dejando en peligro a los automovilistas que por ella transitamos.

El lugar se encuentra sobre la calle
Lerdo de Tejada y el vitral principal de
colores cálidos (rojo, naranja y amarillo), muestra al hombre, buscando la luz
y la sabiduría. Las diversas flores,
arbustos y árboles ofrecen al lugar un aire de tranquilidad y respiro. Los
sonidos de los pequeños lagos artificiales y la fuente, acompañados de la
música ambiental, contribuyen a que el
visitante observe con detenimiento la flora.
Al fondo del lugar se aprecia un vitral más donde un hombre y una mujer parecen
unirse, resguardados por los búhos, quienes a su vez protegen las 400 especies
de plantas que allí se encuentran. Seguimos nuestro camino y probamos una torta en la
famosa “Vaquita Negra”… nada fuera del otro mundo. De ahí a la iglesia del Carmen y a la Plaza
España, nombrada así en 1910 y que en algún momento de su historia funcionó
como paredón, donde una fuente con Don Quijote y Sancho Panza da la bienvenida a los visitantes. Ésta fue obra del escultor Lorenzo Rafael y la
pieza fue donada por el propio escultor. Caminando un poco llegamos a la Catedral de
San José de Nazaret (edificada sobre el convento Franciscano de la Asunción), imponente
piedra gris que se abre paso en el constante ir y venir de los toluquenses. Los
vitrales al interior son preciosos y la nave principal dividida con arcos es
iluminada por la luz que se cuela por los vitrales.

Al caminar por las calles
empedradas, descubrimos atractivas puertas, ventanas intrigantes y techos de
teja roja. En el quiosco se puede apreciar la fuente de La Tlanchana, figura mitad humana mitad serpiente, quien resguarda las lagunas que antes poseía la
zona. Al observarla nos vienen a la memoria las historias contadas por los
abuelos, quienes aseguraban que alguien cuidaba las aguas y si los hombres no
eran precavidos podían caer en sus
manos. En este lugar también se encuentra el puente de los enamorados, donde
cientos de candados sellan el amor de las parejas (al menos hasta que el divorcio
exprés les haga saber del fin del amor). Disfrutar aquí de un buen plato de
consomé, acompañados de tacos de barbacoa y pancita, y para finalizar un café
bien caliente y un exquisito panqué de nata, es una buena opción para la
comida.

a dedicada a Cri-Cri será el lugar preferido de los pequeños, a quienes les gusta trepar, correr y balancearse.
El lugar cuenta con un espacio en el cual el comensal deberá experimentar en
dónde el costo y la sazón van a la par. También se podrá disfrutar de un
colorido algodón de azúcar, así como
paletas de hielo para el insistente calor.
Al atardecer, el regreso a la zona
metropolitana está seguido por el oscuro cielo, la lluvia y el tráfico: nada
fuera de lo normal en esta parte del Estado de México. Pero aún, la carretera
nos ofrece un vario vitral de paisajes: árboles, el verdor de los campos, colinas rosas y púrpuras
completamente tapizadas de flores y la presa Madín con poca agua. Aunque para
ser sinceros, contemplar el lugar que
fue mutilado por el gobierno para construir una carretera, a nuestro parecer
innecesaria, y pensar en los miles de árboles
que se talaron sólo para abrir paso a una modernidad que para el gobierno del
Estado de México y para sus empresas consentidas se ha convertido en un
negocio, es por demás deprimente.
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