lunes, 3 de octubre de 2016

El lugar de árboles alineados: Huamantla



Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez 


            Donde:
·         Los muéganos endulzan el día
·         Los títeres cobran vida
·         El verde se come el gris de la ciudad

Como de costumbre, hicimos maletas y no dejamos pasar el puente de Fiestas Patrias, así que decidimos dar el Grito en Huamantla, pueblo mágico del estado de Tlaxcala. El intenso tráfico de la carretera Lechería-Texcoco provocó que casi nos arrepintiéramos de nuestra decisión. Pero al adentrarnos en Texcoco y dejar atrás los embotellamientos, el insoportable calor y los aburridos paisajes citadinos, nuestro ánimo empezó a cambiar. Verdes bosques, campos rosados, dorados trigales y una enorme virgen esculpida entre los peñascos, nos auguraban un viaje en contacto con la naturaleza.
            Nuestra primera parada fue en la zona arqueológica de Tecoaque-Sultepec (“lugar donde se comieron a los señores o dioses”), cinco minutos antes de llegar a Calpulalpan y a pie de carretera. Aquí existen dos lugares a observar:
      1)   Museo de sitio: Para llegar a él se toma el estrecho camino rural que se encuentra a un lado de las ruinas. Éste no se halla en muy buenas condiciones, pero vale la pena aventurarse. Reciben al visitante una pequeña laguna artificial y enormes árboles, donde se puede hacer un día de campo, y una preciosa edificación que alberga al museo. En el recinto, excelentemente cuidado, se ubica la única sala que muestra vestigios de las antiguas culturas teotihuacana y acolhua, que se asentaron en el lugar hace más de quinientos años. La entrada es libre y en él, además de aprender algo de historia, se podrá respirar tranquilidad y pasar un rato en la laguna. 





     2) La zona arqueológica: Cuenta con restos de diversas estructuras, entre ellas: el templo circular a Ehécatl, dios del viento (de ahí sus formas redondas, que hacían alusión a los giros del viento), además del templo a Tláloc, lo que era un tzompantli (donde se colocaban los cráneos de los sacrificados), altares dedicados a Quetzalcóatl y la Plaza Sur, sitio donde, al parecer, sacrificaron a los miembros de una caravana de españoles que se dirigían a Tenochtitlan y que fueron capturados. Este grupo pertenecía a la expedición de Pánfilo de Narváez y estaba conformado por europeos, nativos de la región,  negros y mulatos. Para corroborar este hecho en la zona se han encontrado restos óseos que confirman que algunos de los cráneos fueron expuestos en el tzompantli y otros devorados.  El lugar fue destruido, por los españoles, como castigo por el sacrificio de sus hombres.
Apreciar la vista del campo y los cerros desde lo alto de las ruinas libera la tensión provocada por el estrés y la vida agitada de la ciudad. A pesar de ser un lugar donde la muerte deambulaba constantemente, la paz y  tranquilidad reconfortan el cuerpo. Aunque resulta triste ver los trozos de la historia (restos de vasijas de barro) desperdigados y pisoteados por los visitantes.
Seguimos nuestro camino a Huamantla y después de perdernos en las estrechas calles del pueblo, llegamos al Hotel Renacimiento. Un lugar discreto, pero muy limpio, acogedor, económico y tranquilo (para los que sólo usamos los hoteles para dormir, y dormir bien, éste es el lugar ideal).
Por la noche nos dirigimos al Parque Juárez, donde los puestos de comida, antojitos, elotes asados y las infaltables semitas, calman el hambre de quienes esperamos el mexicanísimo grito. Aquí, un grupo de música guapachosa amenizaba la espera, aunque el vocalista no se veía muy animado, pues mientras cantaba no dejaba de revisar su celular. Pero a la hora indicada se hizo presente “el grito”, los fuegos artificiales y la verbena popular.

        A la mañana siguiente, muy temprano nos  encaminamos a la Ciudad de Tlaxcala; al  momento de llegar se efectuaba el tradicional desfile por la Independencia del país. Luego fuimos al Museo Regional, ubicado en lo que fuera el Convento Franciscano de Nuestra Señora de Asunción,  con un costo de 25 pesos y gratis para todos aquellos que llevan credencial de estudiante, profesor o de la tercera edad.  En él se pueden observar piezas prehispánicas encontradas en las zonas arqueológicas de Cacaxtla y Xochitécatl, así como objetos pertenecientes a la conquista.  El museo destaca porque en él no sólo se puede observar, sino también tocar  e interactuar con algunas piezas. A un costado del museo se encuentra la atractiva capilla abierta del convento, conocida como la Capilla del Rosario o El Humilladero, construida en 1528.  Aquí también se puede tomar un tranvía que llevará al paseante a recorrer los sitios más emblemáticos, como la estatúa de  Tlahuicole, el valiente guerrero  tlaxcalteca que medía dos metros y era capaz de enfrentar  a varios hombres (al menos eso cuenta la leyenda).

A las  afueras de la ciudad, en el municipio de Atepetitlán,  se encuentra el Zoológico del Altiplano, con una diversidad de animales y variados  atractivos para los niños, aunque  los adultos no se la pasarán tan mal, pues podrán descansar un poco en el área de esparcimiento o probar una fresca bebida al lado del lago artificial. Por si fuera poco, la tirolesa los espera para dotarlos de adrenalina. Y por la módica entrada (cinco pesos por niño y diez por adulto) no la pasarán tan mal.
Después de observar animales  y contemplar los rostros alegres de los infantes, nos encaminamos rumbo a Apizaco.  Ahí encontramos la atractiva  basílica de estilo neogótico de Nuestra Señora de la Misericordia, una bella construcción capaz de inspirar a las mentes más dormidas. Pero antes de llegar al lugar disfrutamos de una exquisita comida en Mar’k Tortas (lonchería ubicada en la esquina de Francisco I. Madero y Avenida Hidalgo), donde las tortas y las comida corrida son excelentes y a un buen precio.
Ya dentro de la  basílica observamos a la virgen de la Misericordia y a los tres niños mártires (con rostros de niñas europeas): Cristóbal, Antonio y Juan, quienes fueron beatificados en 1990. Ellos fueron martirizados por profesar la religión católica  y de ahí que la iglesia los beatificara. El lúgubre templo, de altas cúpulas y piedra grisácea, nos recuerda a las iglesias europeas.
Como frente a la  basílica continuaba la verbena de los días patrios, los puestos de antojitos y de feria seguían atrayendo a la gente. Nosotros nos quedamos con las ganas de adquirir algunos bastones de Tizatlán,  pero al ser día de asueto la mayoría de los negocios estaban cerrados y la feria cubría la plaza principal.  
De regreso a Huamantla nos encontramos con dos haciendas: la Hacienda de Santa Bárbara y la Hacienda San Diego Xalpatlahuaya. La primera, conocida también como Casa Malinche, por estar a las faldas del volcán La Malinche,  fue construida en el siglo XVIII y XIX y  ha sido convertida en hotel. En él, sólo huéspedes pueden tener acceso al lugar. La segunda fue construida en los mismos siglos y estaba dedicada principalmente a la producción  ganadera, pulquera y agrícola. En ella el viejo casco antes blanco,  el portón de madera y su iglesia de discretas grietas, todo enmarcado en el cielo gris y lluvioso, nos invitó a hacer algunas fotografías. Aunque el perro guardián pretendía alejar nuestros pasos y el gato sociable a no alejarse de nosotros.
Lo malo de ambas haciendas (y de la mayoría), es que son privadas y de acceso restringido, siendo éste el principal inconveniente turístico de Tlaxcala. Si el turista o fotógrafo pretende internarse en  esos atractivos lugares deberá  enfrentar la negativa de algunas personas o contratar un tour en la capital, el cual no es muy económico.  A diferencia de las haciendas de Santa María Regla y San Miguel Regla, en el Estado de Hidalgo, donde se cobra el acceso para descubrir la  historia del lugar, hacer fotografías y conocer la magia de los sitios,  a los dueños de las haciendas en Tlaxcala  no les interesa mucho explotar el  enriquecedor atractivo turístico y acercarlo, sobre todo, a la mayoría del público. No cabe duda que en México hay mexicanos de primera, de segunda y de tercera… y el Estado de Tlaxcala lo confirmó (al menos en el aspecto ya mencionado).
De regreso a Huamantla, antes de cenar un par de cemitas y algunos muéganos (el dulce típico del pueblo y de un sabor exquisito a canela), visitamos el pequeño, pero interesante, Museo de la Ciudad, ubicado a un costado del Palacio Municipal en un inmueble que data del siglo XVI. Éste llegó a funcionar como cárcel,  hospital y alhóndiga durante el virreinato. El museo exhibe piezas prehispánicas, algunas de la época de la Colonia y objetos del siglo pasado. Así como fotografías del pueblo y de los hombres ilustres del lugar. Lo que nos llamó la atención fueron las fotografías realizadas en 1885 por José María Castillo B., quien logró plasmar en papel los cráteres de la Luna, observados con un lente, único para su época, creado por él mismo. Una de las fotografías muestra el cráter Kepler con una definición sorprendente. Observar los lentes que construyó y utilizó para tal efecto es culturalmente enriquecedor.  La entrada al museo es gratis. 
Y cerramos el día con un chocolate caliente, para el clima frío y lluvioso,  acompañado de una pieza de pan dulce rellena de requesón y un Colorado, espolvoreado con azúcar rosa y sabor a anís, comprados en la Panadería “Su Pan de Huamantla”, ubicada en el andador Plutarco Montiel.  Al siguiente día probamos el Cocol del Panela y otro Colorado en la “Flor de Huamantla”, en ambos lugares el pan es delicioso e invita a repetir.  
Nuestro último día se desarrolló en el Museo del Títere, que está en remodelación;  a los que somos un poco nostálgicos, nos gustaba más cuando era la vieja casona de paredes oscuras.  Ahí no sólo encontramos las creaciones de la Compañía de Autómatas de Rosete Aranda (muy famosa  durante la primera mitad del silgo XX), sino también títeres y marionetas de diversas épocas y partes del mundo (Cuba, Italia, China, Rumania, Tailandia, Venezuela… etcétera). El famoso Vale Coyote  observa en silencio a los visitantes, dejando atrás sus amplios monólogos en los que criticaba a don Porfirio (nos hacen falta en la actualidad más de estos personajes y no sólo “estanduperos” malhablados).
Entrar en el museo es viajar hacia una era de creatividad y talento artístico mexicanos que ya no es fácil encontrar en estos tiempos. Es  entender la forma en que los artistas han dado vida a esos seres inanimados, creando historias fantásticas  y personajes de una belleza sin igual. Observar  los títeres de cada país, también nos ayuda a entender el contexto sociocultural en el cual fueron creados, a comprender las diferencias entre ellos y a echar a volar la imaginación por un largo rato.
Aquí les dejamos algunas coplas de don Simón que eran presentadas en las funciones de la Compañía:
“En mi tiempo para ser soldado
Se pasaba por el cartabón
Y  además del tamaño era fuerza
Tener buena salud y valor.
Hoy los vemos chiquitos lampiños,
Pataratos  en la formación…”.


Continuamos el día en el nunca faltante viaje en tranvía (nada barato: 65 pesos por persona), donde conocimos las iglesias más importantes del pueblo, así como las diversas casas históricas que ahora son locales comerciales (la historia y la modernidad se contradicen rotundamente) y escuchamos leyendas de enamorados y de valientes soldados. Al final del recorrido es forzosa la visita a la Hacienda de Soltepec (también privada y convertida en hotel) y al Museo del Pulque, donde en realidad no hay mucho que ver, sólo se puede degustar un rico curado del elixir de los dioses. La hacienda tiene una importante historia detrás, ya que fue en su momento expropiada por Juárez, así como escuela Normal Rural… y terminó siendo un hotel de lujo. Otra muestra de que gran parte del país está completamente privatizado.
En realidad, la Hacienda de Soltepec fue remodelada y ahora asemeja a un moderno castillo. Pero del otro lado de la carretera que lleva a ella, se observan vestigios de la antigua hacienda y ahí las fotografías pueden ser mejores.
Para terminar la  tarde es placentero caminar por las calles de Huamantla, donde los múltiples puestos de fruta invitan al paseante a degustar duraznos, manzanas y naranjas. Y observar el Convento de San Luis Obispo Huamantla, del siglo XVI, con  una fachada barroca y su exuberante altar.
La tranquilidad y seguridad que se respira en el pueblo ayudan a pasar una excelente tarde, aunque si usted desea una buena comida tendrá que buscar mucho, pues abundan locales de tortas, pizzas, pollo frito y tacos al pastor, pero no un restaurante con comida de buen sabor y accesible.  Para probar desayunamos en una ocasión en el conocido restaurante “Los Balcones”, pero la verdad, la comida es insípida y el  servicio muy despersonalizado. Goza de amplia fama en el pueblo,  pero nada más. Lo recomendable es probar en las diversas loncherías y encontrar una donde la sazón de la cocinera valga la pena.  Además, la falta de tiendas de artesanías puede desquiciar a algunos.  Sólo hay dos cerca de “El Parque”   (la plaza principal de Huamantla), pero ambas pequeñas y con muy poca oferta. Lo mismo sucede si el visitante pretende encontrar una tienda de dulces típicos: no hallará ninguna, sólo los puestos de los Arcos.
Por la noche es placentero sentarse en El Parque, donde se encuentra el pequeño quiosco, el cual hace muchos años era cementerio,  y disfrutar la Luna inmensa, el cielo oscuro y la tranquilidad.
Al día siguiente dejamos atrás Huamantla para regresar a nuestro pequeño infierno. La neblina nos acompañó en todo el camino y el olor a tierra mojada nos arropó. La humedad de la lluvia del día anterior dejó su rastro hasta el amanecer y le dio al verde de los campos un aliento más de vida.  La carretera tranquila y en buenas condiciones nos hizo un viaje placentero. Por cierto, es genial para el bolsillo no pagar ninguna caseta. Y encontrarse  con un letrero en el  camino, al lado de un local de mecánica,  que decía:
“Toque fuerte y silbe
hasta que despierte.
Cuidado con el perro.”
Una frase así hace soltar la carcajada a cualquiera y pensar que el ingenio del mexicano siempre está presente. Aunque nos preguntamos: Si nos acercamos para tocar fuerte, ¿no saldrá el perro? ¿Y si alguien no sabe silbar? ¿Y si aun gritando y silbando el mecánico no despierta?
Para desayunar, unos deliciosos tlacoyos de barbacoa y pancita, así como quesadillas con café de olla en el restaurante “La vía” en Calpulalpan… un muy buen lugar para comer.  De ahí nos encaminamos a la hacienda pulquera de San Bartolomé del Monte, un lugar placentero para tomar un buen pulque. La construcción data del siglo XVII y fue remodelada  en el XIX, dotándola de un estilo más afrancesado. El lugar posee detalles interesantes: la herrería, los torreones majestuosos, el bello piso y la colorida construcción. Un lugar para pasar un excelente rato.
A medio día la zona metropolitana nos recibió con su paisaje gris, oloroso a caño y pólvora de los cohetes quemados.  Por si fuera poco, los impacientes e imprudentes conductores, tocando el claxon para todo, hurgando en su celular, nos gritaron que la paz quedaba atrás y el monstruo de la modernidad nos devoraría.

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