Por María Celeste
Vargas y Daniel Lara
A
casi una hora de la Ciudad de México se
encuentra el municipio mexiquense de Acolman, famoso por la elaboración de
piñatas, las cuales llegan a diversas entidades del país. Pero Acolman es más
que el pueblo donde se elaboran esas multicolores creaciones indispensables en cualquier posada, es
también un lugar lleno de historia. Fue en este municipio donde, a finales del
siglo XVI, comenzaron a celebrarse las posadas decembrinas, llamadas en esa
época “Jornadas”. Así, quienes tienen la
costumbre de llevar a cabo estas celebraciones deben estar agradecidos a este
bello municipio.
La palabra Acolman tiene sus raíces en
el idioma náhuatl y proviene de Ocumáitl: interjección formada por Aculli que significa Hombre y Máitl, que es Mano o
Brazo, con lo cual se forma “Hombre con mano o brazo”. A lo largo de la historia Acolman ha sido parte del paisaje de esta zona del
Estado de México, siendo un lugar digno de visitarse.
Visitando al Hombre con brazo
Como
queríamos iniciar el año viajando a un
lugar cercano, divertido y relajante,
decidimos preparar nuestra inseparable mochila, cámaras, agua, gorras y
bloqueador solar para ir a uno de los lugares más conocidos de Acolman: el Ex Convento de San Agustín. Para llegar
ahí abordamos nuestro pequeño, viejo, pero aguantador coche (que ha sobrevivido
inundaciones, terracerías, baches y que conoce más lugares que algunos de
nuestros vecinos) y tomamos la carretera
Texcoco-Lechería hasta la desviación a las
pirámides. A unos cuantos metros nos
encontramos con un amplio arco dando la bienvenida al municipio. Inmediatamente
viramos a la derecha, por la carretera
México-Teotihuacán y en menos de quince minutos estábamos frente al imponente y bello Ex
Convento.
Esta
magnífica construcción se edificó para los frailes agustinos en el siglo XVI y
es una muestra del arte plateresco con su abundante decoración de ángeles y otros motivos religiosos. Recibe al
visitante un amplio jardín con árboles
de troncos caprichosos y la iglesia,
terminada en 1735, con una enorme puerta de madera. Al entrar a este recinto
nos encontramos con cúpulas altas, adornadas con piñatas (una clara marca de la
casa), y un sencillo altar al cual
acompañan una serie de pinturas realizadas con un alto sentido artístico y gran
profusión en detalles.
Una
vez que ingresamos al Ex Convento, nos encontramos con lo que la fue la cocina
y su gran fogón. Pudimos imaginar a los frailes realizando sus rutinas
alimentarias de todos los días, mientras una luz difusa y tímida se colaba por
las pequeñas ventanas. Después, en al anterefectorio y el refectorio nos
llamaron la atención los frescos pintados en el techo, éstos fueron hechos por
manos indígenas y sobresalen las figuras geométricas bellamente diseñadas con
baba de nopal, cochinilla y otros materiales. Nos tocó en ese momento ver una
exposición temporal con cuadros sobre arcángeles, aunque cada cierto tiempo la
cambian.
El recorrido por el primer piso
continúa por el patio de los naranjos, lugar en el que árboles de este fruto
rodean una pequeña fuente. Por cierto, en este sitio, los encargados del museo
colocaron un par de escenarios (que en inglés se denominan “Face in hole
display”) para que el visitante acomode su rostro en el atuendo de fraile para
la foto del recuerdo (cosa que, por supuesto, hicimos).
En el segundo piso, se encuentran
las celdas (en una de ellas un oscuro monje parece observar tétricamente a los
pocos visitantes que se atreven a mirar al interior de su encierro), las salas
capitulares, el baptisterio en el que aún se conserva una pequeña tina de
piedra y una pequeña capilla abierta donde se daban las misas públicas. Desde arriba
pudimos admirar y fotografiar la sacristía, un lugar que parece congelado en el
tiempo. En esta parte del Ex Convento, el visitante podrá dar rienda suelta a
su imaginación y tomar interesantes fotografías por los pasillos oscuros, las
puertas enigmáticas y las estancias lúgubres que abundan en todo el recinto.
No podemos dejar de mencionar la
belleza que hay en los patios del lugar, no sólo porque su arquitectura y las
marcas del paso del tiempo crean una escenografía perfecta para las fotografías,
sino porque estando ahí se respira paz y domina el silencio.
Una vez terminado el recorrido, y
como ya el hambre estaba llegando, nos dirigimos al mercado municipal a
degustar comida típica mexiquense (quesadillas y antojitos).
A
quince minutos del Ex Convento y regresando por la carretera México-Teotihuacán,
tomamos ruta hacia las pirámides hasta llegar al pequeño Museo Prehistórico de
Tepexpan (inaugurado desde 1955), en el que se resguardan restos óseos humanos
y de animales, así como herramientas prehistóricas y el esqueleto del famoso Hombre
de Tepexpan (incluso nos acordamos de nuestras clases de secundaria). El lugar
no es muy grande pero es indispensable una visita si uno anda por ahí.
Sinceramente,
queremos decirles que Acolman, y en especial el Ex Convento de San Agustín, es
un lugar digno de visitarse. Desafortunadamente, como no es un sitio famoso o
tan conocido como algunos otros, el recinto recibe pocos visitantes (o quizá
como fuimos a principios de enero estaba vacío), pero estén seguros de que será
una visita grata, enriquecedora, entretenida y sorprendente. Y lo mejor: sin
gastar mucho dinero, sólo poca gasolina y el costo de lo que decidan comer.
Y
como todo lo bueno tiene que acabar, tomamos el camino de regreso para
enfrentar el tráfico, el calor, el ruido y los problemas de todos los días
causados por el ajetreo de la ciudad. Pero nos quedamos con ganas de emprender
el siguiente viaje.
Ex Convento de Acolman
Abierto de 9:00 a 17:30
Costo de entrada: 50.00
Maestros y estudiantes con credencial gratis. Domingos para todo el
público nacional entrada libre.
Museo de Tepexpan
Abierto de 10:00 a 16:30
Entrada libre.