Por
Celeste Vargas y Daniel Lara
Tú
sólo repartes
Flores que embriagan
Flores preciosas.
Tú eres el cantor.
En el interior de la casa de la primavera,
Alegras a la gente.
Nezahualcóyotl
Cuentan
las historias antiguas que en parte de lo que hoy es el municipio mexiquense de
Texcoco, habitó y gobernó un monarca sabio, artista y justo: Nezahualcóyotl. Y que
en esa región, dominada por la cultura acolhua, se cultivaban las artes, además
de que se hablaba la versión más refinada del idioma náhuatl. Hoy, muchas cosas
han cambiado. En nuestra reciente visita a un sitio emblemático de Texcoco, nos
quedamos con una impresión agridulce: es un lugar bello en esencia, con mucha
historia detrás, mas ahora se encuentra descuidado y en malas condiciones.
Pero vayamos por partes. Cierta
mañana de marzo, quizá influidos por la próxima llegada de la primavera,
decidimos cargar una vez más con nuestra inseparable mochila, nuestras cámaras,
botellas de agua, gorra y sombrero, abordar nuestro transporte azul y
dirigirnos a Texcoco, lugar, supuestamente, de flores y verdor. Siguiendo la carretera Texcoco-Lechería, para
después encaminarnos por Lechería-Tulantongo, llegamos al Parque Nacional
Molino de Flores, lugar que cuenta con varios estacionamientos, donde por veinte
pesos se puede aparcar todo el día.
El parque se encuentra en el casco
de lo que fue la Ex Hacienda Molino de Flores, la cual comenzó a construirse en
el siglo XVI, cuando Juan Vázquez decide edificar un lugar para producir
textiles. Aunque en ese tiempo se le
conocía como Molino de Tuzcacuaco, pues así era llamada la zona.
Posteriormente, se construye la Capilla
del Señor de la Presa, debido a que en ese lugar se apareció, supuestamente, un
Cristo sobre una roca. Con el tiempo el
lugar cambió de dueño y para 1901 ya era llamada Hacienda Molino de Flores,
contando con 1743 hectáreas. Con la llegada de la Revolución la hacienda fue
saqueada y quemada, para posteriormente expropiarle casi 900 hectáreas. Así que fue vendida a una mujer
estadounidense, quien jamás pudo hacerse de su propiedad, pues Molino de Flores
fue expropiada definitivamente en 1937, por el presidente Lázaro Cárdenas, y
sus terrenos se repartieron entre la gente cercana. Para conformar el parque se
dejaron sólo 55 hectáreas y desde
entonces se le conoció como Parque Nacional Molino de Flores Nezahualcóyotl (en
homenaje al Rey Poeta).
La mejor hora para llegar al parque
es por la mañana, pues en ese momento la afluencia es poca y se pueden percibir
bien todos y cada uno de los rincones de lugar. Y para aquellos que son
católicos presenciar misa en la pequeña iglesia de la hacienda o en la Capilla
del señor de la Presa, es un plus. Al entrar
en la Hacienda se percibe un aire de incertidumbre, misticismo y belleza: las
edificaciones construidas a los lados del camino principal, con sus paredes de
colores cálidos, palidecidos por los años y la historia, así como las ventanas
oscuras que parecen observar al paseante. Entrar a la hacienda es entrar a un
lugar donde el tiempo se detiene: el silencio, el viento ligero y la calma nos
envolvió inmediatamente. Aunque esa primera impresión fue trastocada por los
ligeros y firmes pasos de ese hombre vestido de negro y con el sombrero tapando parte de su rostro,
que tranquilo y sin voltearnos a ver, atravesó la hacienda y se perdió entre
sus edificios. Entrar al antiguo expendio
de abarrotes, de ahí a las habitaciones y todos y cada uno de los espacios con
los que cuenta el casco es una experiencia ambivalente, pues entre la belleza
del lugar y el descuido de los encargados (basura por todos lados, paredes con
grafiti y malos olores), el estar ahí se convierte una vivencia un poco
extraña.
Con esto no queremos decir que el
lugar no es bello, en realidad es majestuoso, pero el descuido en el que se
encuentra es sorprendente. De hecho, en las más de dos horas que estuvimos ahí,
no vimos a ningún guía o vigilante. Sólo al salir, un par de policías
ingresaban al parque, pero con flojera de domingo. Además, el visitante entra en recovecos,
subidas y bajadas, sin advertencia alguna y sin ningún tipo de información
histórica. El paseante puede intuir qué es cada espacio, pero se quedará sólo
en eso, porque no verá ningún cartel que hable de la historia del sitio o del
espacio donde se encuentra. El único letrero está al lado del Tinacal, donde
una parte de la hacienda se está viniendo abajo. Aunado a ello, sobresale la
gran cantidad de perros callejeros, que por momentos nos hacían sentir
inseguros. En lugares a las orillas de la hacienda, subiendo hacia el cerro, contamos
más de diez perros en manada merodeando el lugar (quizá no sean agresivos, pero
preferimos no averiguarlo).
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjTWZoeYv1GIUjTthcfzYRKbTkrWBlVdUQUJKIus_uIIeW6Bifpg10sElUYGf9tKw1eTQMMf8HwZlJVtLvvs95eOmlGq4aqwl3dkx5zeHA5wvUGh_r0qVEYhzhbRlI-Z3RTBtePD9uXEG8/s320/Molino_Flores_004.jpg)
A un costado de la hacienda está un
riachuelo y una deprimente cascada, alguna vez de aguas refrescantes y cristalinas,
pero ahora llena de basura, olores pestilentes y aguas negras. Otro desperdicio total. Atravesando un estrecho puente se llega a la
Capilla del Señor de la Presa: una pequeña e interesante iglesia enclavada en
plena roca. Además de los motivos religiosos, destaca el monumento funerario al
centro del templo, donde yacen los restos de uno de los firmantes del Acta de Independencia
de México. ¿Quieren saber quién es? Visiten Molino de Flores.
La capilla también cuenta con
murales del siglo XVII, así como un pequeño panteón familiar donde descansan
los miembros de las familias Romero de Terreros y Rodríguez de Velásco, relacionados
con la Hacienda de Santa María Regla.
Si después de caminar se les
antoja una bebida refrescante o algo
para comer, a la orilla del río se encuentra una amplia zona de comida en la
que se puede degustar barbacoa,
carnitas, comida a la carta, conejo
y antojitos mexicanos mientras se escucha al grupo del momento, pues la
mayoría de los establecimientos tienen música en vivo. También se puede montar
a caballo o subirse a una cuatrimoto.
Por último, insistimos: un bello
lugar, digno de conocer, que sin embargo ha caído en el descuido. Si se le
pusiera más atención, El Parque Nacional Molino de Flores sería un excelente
lugar turístico y hasta una fuente de
recursos económicos para el municipio.
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