domingo, 13 de marzo de 2016

Acolman: más allá de las piñatas







Por María Celeste Vargas  y Daniel Lara

A casi una  hora de la Ciudad de México se encuentra el municipio mexiquense de Acolman, famoso por la elaboración de piñatas, las cuales llegan a diversas entidades del país. Pero Acolman es más que el pueblo donde se elaboran esas multicolores creaciones  indispensables en cualquier posada, es también un lugar lleno de historia. Fue en este municipio donde, a finales del siglo XVI, comenzaron a celebrarse las posadas decembrinas, llamadas en esa época “Jornadas”.  Así, quienes tienen la costumbre de llevar a cabo estas celebraciones deben estar agradecidos a este bello municipio.
            La palabra Acolman tiene sus raíces en el idioma náhuatl y proviene de Ocumáitl: interjección formada por Aculli  que significa Hombre y Máitl, que es Mano o Brazo, con lo cual se forma “Hombre con mano o brazo”.  A lo largo de la historia Acolman  ha sido parte del paisaje de esta zona del Estado de México, siendo un lugar digno de visitarse.

Visitando al Hombre con brazo  

Como queríamos iniciar el año  viajando a un lugar cercano, divertido  y relajante, decidimos preparar nuestra inseparable mochila, cámaras, agua, gorras y bloqueador solar para ir a uno de los lugares más conocidos de Acolman:  el Ex Convento de San Agustín. Para llegar ahí abordamos nuestro pequeño, viejo, pero aguantador coche (que ha sobrevivido inundaciones, terracerías, baches y que conoce más lugares que algunos de nuestros vecinos)  y tomamos la carretera Texcoco-Lechería  hasta la desviación a las pirámides. A unos cuantos metros  nos encontramos con un amplio arco dando la bienvenida al municipio. Inmediatamente viramos a la derecha,  por la carretera México-Teotihuacán y en menos de quince minutos  estábamos frente al imponente y bello Ex Convento.
Esta magnífica construcción se edificó para los frailes agustinos en el siglo XVI y es una muestra del arte plateresco con su abundante decoración de ángeles  y otros motivos religiosos. Recibe al visitante un amplio jardín  con árboles de troncos caprichosos y la  iglesia, terminada en 1735, con una enorme puerta de madera. Al entrar a este recinto nos encontramos con cúpulas altas, adornadas con piñatas (una clara marca de la casa),  y un sencillo altar al cual acompañan una serie de pinturas realizadas con un alto sentido artístico y gran profusión en detalles.
Una vez que ingresamos al Ex Convento, nos encontramos con lo que la fue la cocina y su gran fogón. Pudimos imaginar a los frailes realizando sus rutinas alimentarias de todos los días, mientras una luz difusa y tímida se colaba por las pequeñas ventanas. Después, en al anterefectorio y el refectorio nos llamaron la atención los frescos pintados en el techo, éstos fueron hechos por manos indígenas y sobresalen las figuras geométricas bellamente diseñadas con baba de nopal, cochinilla y otros materiales. Nos tocó en ese momento ver una exposición temporal con cuadros sobre arcángeles, aunque cada cierto tiempo la cambian.
            El recorrido por el primer piso continúa por el patio de los naranjos, lugar en el que árboles de este fruto rodean una pequeña fuente. Por cierto, en este sitio, los encargados del museo colocaron un par de escenarios (que en inglés se denominan “Face in hole display”) para que el visitante acomode su rostro en el atuendo de fraile para la foto del recuerdo (cosa que, por supuesto, hicimos).
            En el segundo piso, se encuentran las celdas (en una de ellas un oscuro monje parece observar tétricamente a los pocos visitantes que se atreven a mirar al interior de su encierro), las salas capitulares, el baptisterio en el que aún se conserva una pequeña tina de piedra y una pequeña capilla abierta donde se daban las misas públicas. Desde arriba pudimos admirar y fotografiar la sacristía, un lugar que parece congelado en el tiempo. En esta parte del Ex Convento, el visitante podrá dar rienda suelta a su imaginación y tomar interesantes fotografías por los pasillos oscuros, las puertas enigmáticas y las estancias lúgubres que abundan en todo el recinto.
            No podemos dejar de mencionar la belleza que hay en los patios del lugar, no sólo porque su arquitectura y las marcas del paso del tiempo crean una escenografía perfecta para las fotografías, sino porque estando ahí se respira paz y domina el silencio.
            Una vez terminado el recorrido, y como ya el hambre estaba llegando, nos dirigimos al mercado municipal a degustar comida típica mexiquense (quesadillas y antojitos).
A quince minutos del Ex Convento y regresando por la carretera México-Teotihuacán, tomamos ruta hacia las pirámides hasta llegar al pequeño Museo Prehistórico de Tepexpan (inaugurado desde 1955), en el que se resguardan restos óseos humanos y de animales, así como herramientas prehistóricas y el esqueleto del famoso Hombre de Tepexpan (incluso nos acordamos de nuestras clases de secundaria). El lugar no es muy grande pero es indispensable una visita si uno anda por ahí.
Sinceramente, queremos decirles que Acolman, y en especial el Ex Convento de San Agustín, es un lugar digno de visitarse. Desafortunadamente, como no es un sitio famoso o tan conocido como algunos otros, el recinto recibe pocos visitantes (o quizá como fuimos a principios de enero estaba vacío), pero estén seguros de que será una visita grata, enriquecedora, entretenida y sorprendente. Y lo mejor: sin gastar mucho dinero, sólo poca gasolina y el costo de lo que decidan comer.
Y como todo lo bueno tiene que acabar, tomamos el camino de regreso para enfrentar el tráfico, el calor, el ruido y los problemas de todos los días causados por el ajetreo de la ciudad. Pero nos quedamos con ganas de emprender el siguiente viaje.


Ex Convento de Acolman
Abierto de 9:00 a 17:30
Costo de entrada: 50.00   Maestros y estudiantes con credencial gratis. Domingos para todo el   público nacional entrada libre.
Museo de Tepexpan
Abierto de 10:00 a 16:30
Entrada libre.

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