miércoles, 16 de marzo de 2016

De paso por Tepeji y Tula



Por María Celeste Vargas y Daniel Lara

Tepeji del Rio de Ocampo es un municipio pequeño del Estado de Hidalgo, donde la gente hospitalaria le abre las puertas a los turistas.  Fue fundado por los  frailes franciscanos en el siglo XVI y su nombre significa “entre los peñascos” o “el despeñadero del río”.  Se encuentra muy cerca de la autopista México-Querétaro, a casi ochenta kilómetros de la Ciudad de México. Próxima a la entrada del pueblo está la Parroquia y el Ex Convento de San Francisco de Asís, a un lado de la plaza principal la cual encontrará el visitante a mano derecha.  Ambas construcciones pequeñas y sin el arte plateresco que caracteriza a muchas de las edificaciones religiosas en el país, sin embargo en ellas se puede apreciar el paso de la historia y del pueblo mismo.   En la parroquia se puede observar  un vitral multicolor,  al centro del discreto altar, y fuera de ella reconfortantes bancas para los pies cansados. Frente a la plaza principal, y a lo largo de la calle Melchor Ocampo, se encuentra una serie de negocios donde se ofrece comida típica. Aquí pueden probar los tlacoyos de haba, frijol y requesón,  así como las  quesadillas de tinga,  suadero en salsa verde  y queso. Los primeros por cinco pesos y las segundas por diez.
            Y como a nosotros la comida siempre nos llama, después de unas ricas quesadillas, seguimos nuestro camino hacia Tula de Allende. Por la misma calle se atraviesa Tepeji y se sigue un camino donde la flora semi desértica y los cerros, es estos momentos no tan verdes, nos hacen dejar a un lado las imágenes  citadinas de autos y edificios por doquier.  Después de veinte minutos llegamos a la desviación que lleva al balneario La Cantera, un lugar de aguas termales y atractivos toboganes donde se arroja el estrés y se reciben los beneficios de las aguas cálidas nacidas de la nutrida tierra. De ahí se entra al pueblo y siguiendo los señalamientos llegamos a la zona arqueológica de Tula.  Aunque se debe tener precaución y conducir por el carril de la izquierda para virar a tiempo y que no se nos pasé la entrada. Un estrecho camino de terracería y en un par de minutos llegamos al estacionamiento. Siempre la sombra de un árbol es el mejor lugar para dejar el auto, pues a la  salida el insistente sol nos hará desear un poco de reconfortante  sombra.
            Por cierto no olviden llevar bloqueador solar, una gorra o un sombrero, zapatos cómodos y mucha agua, pues de la entrada hasta el sitio donde se encuentran las primeras  ruinas se camina de 20 a 30 minutos, por un sendero polvoso y con piedras.
            Y al ingresar al sitio lo primero que encuentra el visitante es un atractivo jardín de cactáceas. A quienes les gustan, se divertirá como niños observando cada especie. Pero por favor, no lastimen las plantas, porque no falta quien ve un maguey con nombres de  amorosas parejas y no duda en decir: “Yo también voy a poner el mío y el de mi media naranja” y allá va a herir la cactácea. Respeten la naturaleza: el escribir sobre una planta no hará la diferencia en una pareja.  A lo largo del camino se pueden apreciar  los magueyes y cactus, mientras el sol lanza sus primeros rayos o cae a plomo. Los puestos de recuerdos y artesanías los encontramos a un costado del sendero, por si a alguien se le olvida llevar sombrero.
            Tula, “lugar de los juncos”, fue uno de los principales centros urbanos de Mesoamérica y en la actualidad se encuentran ahí las ruinas del Templo de Tlahuizcalpantecuhtli y en cuya base se pueden observar símbolos representando jaguares y serpientes devorando hombres, que aún conservan un poco de pigmento. Este basamento es conocido como el muro de las serpientes. Sobre la pirámide yacen los Atlantes, cuya altura alcanza los casi 5 metros, los cuales en realidad se encontraban al interior de la pirámide y funcionaban como columnas que representaban a guerreros de alto rango.  Ahora los Atlantes observan silenciosos la inmensidad del valle del mezquital y los restos de la historia forjada por un pueblo, mientras sostienen el universo.   
            De cerca sorprende el detalle de las esculturas, tanto en la vestimenta, como en los detalles de las armas bélicas que portan. En la  mano derecha llevan un átlatl, especie de lanzadardos, y en la izquierda los dardos correspondientes. También  llevan un cuchillo y un arma curva. Al estar frente a las enormes esculturas  no faltará quien piense que estas armas son pistolas modernas. Desde las alturas la vista al valle es sorprendente y el constante viento refresca el clima  árido y agotador.
            En la zona también se encuentran los restos de dos  pirámides más, así como el Palacio Quemado, el Edificio de Gobernantes, el Adoratorio Principal y el Juego de Pelota.  De regreso de las ruinas pasamos al Museo de Sitio, conformado por siete salas en las que se encuentra información profusa sobre la cultura Tolteca y el descubrimiento del lugar por parte del Arqueólogo Jorge Ruffier Acosta.
            Y después de tanto polvo y calor, regresamos satisfechos a casa, al comprobar que se pueden visitar muchos sitios  históricos de México con  muy poco dinero.  Este día sólo gastamos 100 pesos de gasolina,  menos de cien en la comida y 150 en las casetas.


Abierto de  9:00 a 17:00 horas
Costo de entrada: 65.00  (los domingos entrada libre para  los mexicanos)




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