Por María Celeste
Vargas y Daniel Lara
Tepeji
del Rio de Ocampo es un municipio pequeño del Estado de Hidalgo, donde la gente
hospitalaria le abre las puertas a los turistas. Fue fundado por los frailes franciscanos en el siglo XVI y su
nombre significa “entre los peñascos” o “el despeñadero del río”. Se encuentra muy cerca de la autopista
México-Querétaro, a casi ochenta kilómetros de la Ciudad de México. Próxima a
la entrada del pueblo está la Parroquia y el Ex Convento de San Francisco de
Asís, a un lado de la plaza principal la cual encontrará el visitante a mano
derecha. Ambas construcciones pequeñas y
sin el arte plateresco que caracteriza a muchas de las edificaciones religiosas
en el país, sin embargo en ellas se puede apreciar el paso de la historia y del
pueblo mismo. En la parroquia se puede
observar un vitral multicolor, al centro del discreto altar, y fuera de ella
reconfortantes bancas para los pies cansados. Frente a la plaza principal, y a
lo largo de la calle Melchor Ocampo, se encuentra una serie de negocios donde
se ofrece comida típica. Aquí pueden probar los tlacoyos de haba, frijol y
requesón, así como las quesadillas de tinga, suadero en salsa verde y queso. Los primeros por cinco pesos y las
segundas por diez.
Y como a nosotros la comida siempre
nos llama, después de unas ricas quesadillas, seguimos nuestro camino hacia
Tula de Allende. Por la misma calle se atraviesa Tepeji y se sigue un camino
donde la flora semi desértica y los cerros, es estos momentos no tan verdes,
nos hacen dejar a un lado las imágenes
citadinas de autos y edificios por doquier. Después de veinte minutos llegamos a la
desviación que lleva al balneario La Cantera, un lugar de aguas termales y
atractivos toboganes donde se arroja el estrés y se reciben los beneficios de
las aguas cálidas nacidas de la nutrida tierra. De ahí se entra al pueblo y siguiendo
los señalamientos llegamos a la zona arqueológica de Tula. Aunque se debe tener precaución y conducir
por el carril de la izquierda para virar a tiempo y que no se nos pasé la
entrada. Un estrecho camino de terracería y en un par de minutos llegamos al
estacionamiento. Siempre la sombra de un árbol es el mejor lugar para dejar el
auto, pues a la salida el insistente sol
nos hará desear un poco de reconfortante
sombra.
Por cierto no olviden llevar
bloqueador solar, una gorra o un sombrero, zapatos cómodos y mucha agua, pues
de la entrada hasta el sitio donde se encuentran las primeras ruinas se camina de 20 a 30 minutos, por un
sendero polvoso y con piedras.
Y al ingresar al sitio lo primero
que encuentra el visitante es un atractivo jardín de cactáceas. A quienes les
gustan, se divertirá como niños observando cada especie. Pero por favor, no
lastimen las plantas, porque no falta quien ve un maguey con nombres de amorosas parejas y no duda en decir: “Yo
también voy a poner el mío y el de mi media naranja” y allá va a herir la
cactácea. Respeten la naturaleza: el escribir sobre una planta no hará la
diferencia en una pareja. A lo largo del
camino se pueden apreciar los magueyes y
cactus, mientras el sol lanza sus primeros rayos o cae a plomo. Los puestos de
recuerdos y artesanías los encontramos a un costado del sendero, por si a
alguien se le olvida llevar sombrero.
Tula, “lugar de los juncos”, fue uno
de los principales centros urbanos de Mesoamérica y en la actualidad se
encuentran ahí las ruinas del Templo de Tlahuizcalpantecuhtli y en cuya base se
pueden observar símbolos representando jaguares y serpientes devorando hombres, que aún conservan un poco de
pigmento. Este basamento es conocido como el muro de las serpientes. Sobre la
pirámide yacen los Atlantes, cuya altura alcanza los casi 5 metros, los cuales en
realidad se encontraban al interior de la pirámide y funcionaban como columnas
que representaban a guerreros de alto rango.
Ahora los Atlantes observan silenciosos la inmensidad del valle del
mezquital y los restos de la historia forjada por un pueblo, mientras sostienen
el universo.
De cerca sorprende el detalle de las
esculturas, tanto en la vestimenta, como en los detalles de las armas bélicas
que portan. En la mano derecha llevan un
átlatl, especie de lanzadardos, y en la izquierda los dardos correspondientes.
También llevan un cuchillo y un arma
curva. Al estar frente a las enormes esculturas
no faltará quien piense que estas armas son pistolas modernas. Desde las
alturas la vista al valle es sorprendente y el constante viento refresca el
clima árido y agotador.
En la zona también se encuentran los
restos de dos pirámides más, así como el
Palacio Quemado, el Edificio de Gobernantes, el Adoratorio Principal y el Juego
de Pelota. De regreso de las ruinas
pasamos al Museo de Sitio, conformado por siete salas en las que se encuentra
información profusa sobre la cultura Tolteca y el descubrimiento del lugar por
parte del Arqueólogo Jorge Ruffier Acosta.
Y después de tanto polvo y calor,
regresamos satisfechos a casa, al comprobar que se pueden visitar muchos sitios
históricos de México con muy poco dinero. Este día sólo gastamos 100 pesos de gasolina, menos de cien en la comida y 150 en las
casetas.
Abierto
de 9:00 a 17:00 horas
Costo
de entrada: 65.00 (los domingos entrada
libre para los mexicanos)
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